jueves, 26 de junio de 2014

Sentimientos de Don Álvaro en su monólogo y descubrimiento de la verdadera identidad de Don Álvaro (Jornada III)

 


-     Escribe una entrada del blog donde, después de leer el monólogo de Don Álvaro de la Jornada III comentes los sentimientos que expresa el personaje.
-     Analiza a continuación cómo averigua Don Félix / Carlos la verdadera identidad de don Fadrique / Álvaro y comenta este procedimiento dramático.


Escena III: Monólogo de Don Álvaro

En este monólogo Don Álvaro define la vida y el destino de manera muy pesimista y se muestra particularmente desesperado, desgraciado, infeliz y  disgustado por la vida y explica claramente que quiere morir y que llegó a ser soldado para encontrar a la muerte. Todo este dolor viene del hecho de que esté separado de su amada Doña Leonor, y que no puede vivir sin ella.

Primero, durante la primera parte del monólogo, de la línea 891 a la línea 910, se queja de la vida en general y critica el destino también. Para él, el hecho solo de vivir es insoportable, le duele muchísimo y lo expresa con un campo léxico muy variado y muy negativo: “insufrible”, “mortal”, “terrible”, ”horrible”, “desdichado”, ”airado”, “furibundo”, ”dura”, ”amarga”, “pena”, “terrible”. Critica  también el destino, tema muy presente en esta obra representante del romanticismo. Explica que más la vida es dura más el destino te deja vivir mucho tiempo, lo que hace pensar en alguien que tortura a su víctima. En efecto dice:

“Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga,
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.”

Después sigue desarrollando su teoría: explica que un hombre  feliz muere rápido pero que el que vive en la pena no consigue morir. Es la primera vez en su monólogo que muestra sus tendencias suicidas  y que dice claramente que quiere morir:

“Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso;
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy,
yo, que buscándola voy,
no pudo encontrar con ella.”
                
Podemos ver que Don Álvaro personifica a la muerte como si fuera una persona propia que elige quien va a coger. Después de un paso en el que explica sus orígenes incas, veremos que el tema de la muerte aparece de nuevo en su discurso y vuelve omnipresente con un campo léxico muy importante.
En efecto, después de este pasaje Don Álvaro se queja de tener orígenes nobles pero de  haber nacido y crecido en la miseria, es decir en una “cárcel” y en el “desierto”. Así, pone de relieve la injusticia de la vida y sobre todo del destino, explicando también que tuvo un solo día de felicidad: él que pasó con su amada Leonor. Parece casi enfadado contra el destino y la vida, lo que está expresado con los numerosos puntos de exclamación en su discurso. Muestra su vida infeliz, para justificar el hecho de que quiera morir:

“Mas ¿cómo la he de obtener,
¡desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?
Si aquel día de placer
(que uno solo he disfrutado),
Fortuna hubiese fijado,
¡cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado!
Para engalanar mi frente,
allá en la abrasada zona,
con la espléndida corona
del imperio de Occidente,
amor y ambición ardiente
me engendraron de concierto;
pero con tal desacierto,
con tan contraria Fortuna,
que una cárcel fue mi cuna
y fue mi escuela el desierto.
Entre bárbaros crecí,
y en la edad de la razón,
a cumplir la obligación
que un hijo tiene, acudí;
mi nombre ocultando, fui
(que es un crimen) a salvar
la vida, y así pagar
a los que a mí me la dieron,
que un trono soñando vieron
y un cadalso al despertar.
Entonces, risueño un día,
uno solo, nada más,
me dio el destino, quizás
con la intención más impía.
Así en la cárcel sombría
mete una luz el sayón,
con la tirana intención
de que un punto el preso vea
el horror que le rodea
en su espantosa mansión.
¡Sevilla! ¡Guadalquivir!
¡Cuál atormentáis mi mente!...
¡Noche en que vi de repente
mis breves dichas huir!...
¡Oh, qué carga es el vivir!
¡Cielos, saciad el furor!”

Luego, invoca a su amor perdido Doña Leonor y cuando le habla, dice por primera vez claramente que se ha ido a guerra sólo en el deseo de morir.  En efecto, dice:
“Mírame desde tu altura
sin nombre en extraña tierra,
empeñado en una guerra
por ganar mi sepultura.”

Hasta el final del monólogo, Don Álvaro habla de su única meta: morir.  Afirma con claridad  “y a la muerte la busco yo”. Explica que a él le da igual la guerra y que los que piensan que es valiente, cuando va al combate y que toma riesgo, se equivocan porque al contrario está débil ya que busca a la muerte por no poder soportar su pena. Se nota cuando dice: “y no saben que mi ardor sólo es falta de valor”. Es muy dramático, al final Don Álvaro prefiere morir en vez de vivir con el dolor de su pasión amorosa que lo consume. Y a pesar de que él hace todo para morir, la muerte no le elige y él sigue viviendo, lo que aumenta su pena. Sin embargo, sabemos que al final de la obra, encontrará a la muerte, suicidándose después de la muerte de su querida Leonor.



Así, vemos que este monólogo es característico del romanticismo literario. Don Álvaro expresa sus sentimientos exaltados, es decir su pasión por Leonor que lo consume y su deseo de morir para no sufrir más. Notamos que el decorado corresponde con su estado de ánimo: la escena se pasa en un bosque muy sombrío, “una selva muy oscura”, como sus pensamientos.




Descubrimiento de la verdadera identidad de Don Álvaro por Don Carlos:

Mientras Don Álvaro está hablando sólo, Carlos le interrumpe pidiendo socorro ya que le atacan.  Don Álvaro le salva la vida y después ambos se presentan bajo falsas identidades: Don Álvaro se presenta como Don Félix y Don Carlos como Don Fadrique. Los dos vuelven amigos sin conocer la verdadera identidad del otro. Luego, Don Álvaro se hiere en una batalla y Don Carlos le salva la vida. Cuando Don Álvaro se despierta se queja de que Don Carlos le haya salvado la vida. Más tarde, Carlos habla de elementos de su verdadera vida “Santiago” y “Calatrava” que recuerdan a Don Álvaro su vida propia, en relación con su querida Doña Leonor que piensa muerte,  lo que lo aterra. Don Carlos se da cuenta de su reacción desproporcionada y empieza a tener sospechas sobre la identidad de Don Fadrique es decir Don Álvaro. Después, Don Álvaro que está muy débil y piensa morir dentro de poco tiempo, pide a Don Carlos coger una llave en su bolsillo que abre una caja situada en su maleta. Le pide, al momento de su muerte, abrir esta caja y quemar los documentos que están dentro sin leerlos. Don Carlos, que sospecha mucho de Don Álvaro, abre su caja antes su muerte para ver lo que hay dentro. En este momento descubre al retrato de su hermana Doña Leonor y así al mismo tiempo la verdadera identidad de Don Fadrique que reconoce como Don Álvaro, el hombre que buscaba para vengarse. La Jornada III se acaba con la decisión de Don Carlos de dejar Don Álvaro curarse para después matarlo con honor.

En esta jornada, la caja representa la caja de los secretos. En efecto, Don Álvaro se fía de Don Carlos (que se hace llamar Don Félix), ignorando su real identidad, y le permite acceder al objeto más importante para él: la caja en la que hay el retrato de su amada Leonor. Esta caja, que confía a Don Carlos, representa su secreto más íntimo: la pasión amorosa que vivió con Doña Leonor y con ésta, se esconde pues su verdadera identidad. A causa de, o gracias a esta caja, Don Carlos descubre esta verdadera identidad. Ya tenía dudas,  pero cuando abre esta caja y descubre el retrato de su hermana, lo entiende todo. Averigua su verdadera identidad de manera segura.  Por esta razón, y sabiendo la seguida de la historia, esta caja puede hacer pensar en la caja de Pandora, ya que una vez abierta, la triste verdad aparece y tiene consecuencias terribles: el enfrentamiento de los dos amigos y luego la muerte de Don Carlos. Provoca la desdicha en torno a ella.

Además, la llave que Don Álvaro da a Don Carlos para acceder a la caja tiene una simbólica fuerte. Es la llave que abre la puerta de la verdad, y que cambia el destino de los dos protagonistas. Con esta llave Don Carlos puede abrir la caja que le permite descubrir la verdad con las consecuencias que implica. Y a partir de este momento, la trama de la obra cambia definitivamente, y vuelve aún más trágica. Esta llave que podemos llamar “llave de la verdad”  tiene un papel imprescindible en la jornada III, que vuelve ella misma “llave de la historia”. 

 

El procedimiento dramático que el Duque de Rivas utilizó en este pasaje se llama anagnórisis. Para explicar este procedimiento, utilizaré su definición en la página Web Wikipédia, enciclopedia libre que resume de manera sintética y clara las características y los orígenes de este recurso narrativo:


“La anagnórisis (del griego antiguo ἀναγνώρισις, «reconocimiento») es un recurso narrativo que consiste en el descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su identidad, sus seres queridos o su entorno, ocultos para él hasta ese momento. La revelación altera la conducta del personaje y lo obliga a hacerse una idea más exacta de sí mismo y de lo que le rodea.

El término fue utilizado por primera vez por Aristóteles en su Poética. Aunque la anagnórisis es un recurso frecuente en muchos géneros, Aristóteles la describió en relación con la tragedia clásica griega, con la que está asociada de modo especial.

De acuerdo con Aristóteles, el momento ideal para la anagnórisis trágica es la peripecia (giro de la fortuna): en un momento crucial, todo se le revela y hace claro al protagonista, con efectos casi siempre demoledores.

 [Este extracto se puede encontrar en el enlace siguiente: http://es.wikipedia.org/wiki/Anagn%C3%B3risis.]



Con esta definición podemos ver que esta segunda parte de la Jornada III corresponde perfectamente a este procedimiento dramático, y tiene todas sus características.



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